domingo, 9 de marzo de 2008

Tiempo muerto

Lucía llegó a casa. Dejó las bolsas de la compra en la puerta y se fue desnudando mientras caminaba hacia su habitación, dejando caer la ropa en el suelo. Se miró en el espejo durante un rato y, mientras alisaba las pequeñas arrugas de su rostro, intentaba recordar su cara de diez años atrás, sin lograrlo. Frunció el ceño y no le gustó su aspecto, se dio la vuelta y se quedó quieta contemplando su habitación. Al cabo de un rato, fue a la ventana y observó el suelo liso y duro 5 pisos más abajo, atestado de gente. Corrió las cortinas, se tumbó en la cama y cerró los ojos. Después de un largo rato, oyó cómo sonaba su móvil en el bolso, a la entrada de su casa, pero no se movió. Cuando enmudeció, se dio la vuelta en la cama y encogió las piernas. Pasó más tiempo y el móvil volvió a sonar; esperó otra vez al silencio y entonces se levantó y apagó el móvil, sin mirar las llamadas. Fue hasta la bañera, abrió el grifo y terminó de desnudarse de espaldas al espejo. Cuando la bañera terminó de llenarse, cogió el jabón y las sales del estante y las echó todas al agua. Luego se sentó al borde de la bañera y comenzó a hacer pequeñas olas en la superficie del agua, hasta que se llenó de espuma; entonces se levantó, metió las piernas en el agua y lentamente se tumbó. El tiempo pasó sin detenerse en ella y su piel comenzó a arrugarse. Mientras, una puerta se abrió en el piso de arriba y unos tacones comenzaron a caminar por el techo. Lucía se sumergió un poco más en el agua. La espuma le entraba por los oídos, le acariciaba la boca, le hacía cosquillas en la nariz, le escocía en los ojos. Se sumergió un poco más, hasta que la espuma cubrió su pelo y ya no se vio nada de ella. Los minutos transcurrían mientras las burbujas jugaban en la superficie...

De pronto el agua estalló y se derramó, su cabeza partió la espuma e hizo volar libremente las pompas, mientras su boca se deleitaba con el fluir del aire.

Al lado de la bañera, de pie, con los brazos cruzados, se encontraba su marido.

- No has ido a recoger a los niños – le recriminó.

Lucía descubrió sus ojos, coléricos y llenos de reproche.

- Lo siento – dijo a media voz.

Su marido observó el agua derramada. Sin volver a mirar a Lucía salió de la habitación dando un portazo mientras gritaba “¡Para lo único que tienes que hacer en todo el día…!”.

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