jueves, 18 de diciembre de 2008

Libidus

Libidus entró en su despacho y se sentó frente al escritorio. Aunque no había ninguna luz encendida, pulsó el botón y escuchó la voz metálica: “No tiene ningún mensaje en el contestador”.
Libidus se encogió un poco sobre su sillón de piel. Últimamente eran pocas las llamadas que recibía, aunque durante un tiempo no fue así. Intentó recordar aquellos días, cuando una luz intermitente le saludaba por las mañanas y Libidus se sentaba en su sillón y escuchaba, con placer, los incontables mensajes que le habían enviado durante sus horas de ausencia.
Poco a poco, los otros demonios le habían abandonado. Los días antiguos de volar junto a Umbralis habían caído en el olvido; había probado a acompañar a Egolis, pero él sólo se veía a sí mismo. Su último compañero, Temptatius… Libidus cerró los ojos y sacudió la cabeza para ahuyentar los recuerdos. En realidad, Temptatius no le había abandonado, pero su trabajo se había vuelto escaso y había decidido unirse a un grupo de rebeldes.
Libidus se recompuso. Al fin y al cabo, sus circunstancias eran diferentes. Su trabajo nunca se agotaría, pero la idea de emprenderlo solo era inconcebible, necesitaba un nuevo compañero.
Libidus se levantó de su asiento y se dirigió a la puerta, pero antes de alcanzarla se detuvo unos instantes para estudiar su aspecto en un espejo de pared. Se alisó el cabello, se colocó el nudo de la corbata y sonrió. “Estoy listo”, pensó, y moviendo las caderas salió de su despacho.
Caminó por el pasillo examinando las diferentes puertas. La mayor parte pertenecían a demonios de rango menor, y Libidus no se detenía en una segunda mirada. Una puerta algo lejana le llamó la atención. Libidus leyó el rótulo, asintió con la cabeza y la abrió.
- Hola, Avaris, ¿llego en mal momento? –le preguntó a un enorme demonio que se retorcía por el suelo. Libidus esperó a que se levantara para dirigirle una mirada anhelante.
- Puedes ver que sí –le respondió Avaris mientras se volvía de nuevo a su escritorio, ignorando su presencia. Libidus observó el despacho escandalizado: un montón de papeles se entremezclaban y amontonaban por distintos lugares, ocultando el suelo excepto en una esquina, donde se podían apreciar algunos dibujos de brillo carmesí sobre un fondo negro. En el escritorio apreció más pilas de papeles y muchas luces encendidas. Además, una alarma insistente apagaba las quejas del demonio, cuyo rostro congestionado parecía a punto de estallar.
- Si quieres puedo ayudarte –se ofreció Libidus; se apoyó en el marco de la puerta y le sonrió de la única forma que sabía y que, hasta el momento, siempre le había funcionado. Sin embargo, Avaris pareció malinterpretar sus intenciones y se dedicó a gritar y a lanzarle toda clase de improperios, a cada cual más humillante. Libidus huyó ofendido, con la cabeza erguida y los hombros caídos, cubriéndose con su capa bermellón que le protegía de las posibles miradas recriminatorias. Era inútil luchar contra los prejuicios que los demás se habían ido formando de él; se negaban a escuchar que las intenciones de sus Deseos eran concedidas por ellos mismos.
Al fondo del pasillo divisó una figura conocida y se acercó para confirmar sus sospechas. “¡Temptatius!”, exclamó con una sonrisa, pero el demonio no lo escuchó. Parecía malhumorado y se dirigía con paso enérgico hacia su despacho. Libidus decidió acompañarle.
Cuando entró en la oficina, Temptatius estaba anotando algo en un cuaderno. Después, reconoció su parpadeo y saltó sobre él justo a tiempo antes de desaparecer. Apareció abrazado a Temptatius, aunque su cuerpo y sus brazos eran tan ligeros que resultaban inadvertidos. Decidió permanecer todavía en silencio para no desconcentrar al demonio,pues se encontraban en un lugar bastante elevado y, aunque nunca lo hubiera reconocido en público, Libidus tenía miedo a las alturas.
Por fin llegaron a una especie de edificio blanco y Libidus, más relajado, desmontó de la espalda de Temptatius. Miró a su alrededor y descubrió, algo sorprendido, que Temptatius observaba a un ángel a través de él. Había olvidado retirarse la capa tras su huida, pero decidió no descubrirse todavía.
Se giró y examinó al ángel, que se entretenía despreocupadamente en una esquina. Percibió las intenciones de Temptatius y ahondó en la cabeza del ángel. “Así que ahí es donde fue a parar”, pensó con una sonrisa traviesa.
6 meses antes, mientras revisaba en su despacho los destinos de sus encargos, descubrió que un Deseo se había extraviado. Lo buscó durante semanas, pero aunque recorrió todos los lugares habitables no logró encontrarlo. Al fin, tras comprobar que todo seguía su curso normal, pensó que era mejor no preocuparse. De todas maneras, un Deseo sin más era algo inútil, requería otros poderes para tomar alguna forma.
Sonrió al descubrir la que habían otorgado al Deseo del ángel; aquello había tenido que ser trabajo de Egolis, de eso no cabía duda. Era una lástima que no estuviera presente para contemplar el resultado de su tarea.
Temptatius terminó su trabajo y pestañeó. Libidus saltó sobre su espalda, lo abrazó y ambos desaparecieron. Aterrizaron en el despacho de Temptatius y Libidus se apresuró a salir antes de apartarse la capa.
No tenía intención de volver a su despacho, al menos todavía. Caminó a lo largo del pasillo, pero una gran aglomeración frente a la puerta de Avaris le bloqueó el paso. Trató de hacerse espacio con pequeños empujones, pero los demonios, ante sus propósitos de avance, se giraban levemente hacia él y, cuando Libidus les regalaba alguna de sus codiciadas sonrisas, le devolvían el golpe; poco a poco, entre todos lo arrastraron hacia el exterior de la multitud.
Volvió sobre sus pasos y entró de nuevo en el despacho de Temptatius, que parecía acabar de recibir una buena noticia.
- Hola, Temptatius -le saludó con una sonrisa; pero Temptatius ignoró sus tentativas de entablar conversación: le saludó con un gruñido sin apartar la vista, más que unos instantes, de la pantalla del ordenador.
Libidus volvió hasta su despacho, arrastrando los pies. Cuando se encontraba prácticamente a la altura de la oficina de Avaris, hizo ademán de vestirse la capa, pero los demonios se habían dispersado.
Cuando entró en su oficina, espió de reojo su reflejo en uno de los espejos que inundaban la sala y enseguida comprendió. Se contempló durante unos minutos con mirada crítica, girando a menudo el cuello para observarse de espaldas. Su piel, antes de un bermellón reluciente, ahora estaba salpicada de pequeñas manchas rosadas; su rostro albergaba algunos pliegues alrededor de las comisuras y bajo los ojos, que le devolvían una mirada compasiva. Al menos, su cabello parecía conservar intactosu espléndido color...
Libidus se acercó más al espejo. Recogió entre sus dedos un pequeño mechón y fue liberando los cabellos poco a poco hasta retener uno solo. Lo arrancó y lo llevó a la luz. Después se arrastró hacia atrás, con aspecto asustado.
Se sentó sobre el suelo y reflexionó; decidió que era un buen momento para tomarse un descanso. Salió del despacho y cerró la puerta, pero no giró la llave. Al fin y al cabo tampoco es necesario, pensó; luego se guardó la llave en un bolsillo.
Advirtió movimientos inusuales entre los demonios. Parecían exaltados y, en muchos lugares, se podían observar pequeños grupos que discutían o escuchaban las noticias de algún mensajero. Libidus comenzó a acercarse con curiosidad a un grupo, pero sus pasos se hicieron cada vez más lentos y, al f inal, se detuvieron. Libidus descubrió horrorizado que, por primera vez, temía no ser bien recibido.

1 comentario:

Sturm dijo...

me gusta muxo tu parodia del infierno. pero tienes q terminarlo, niña. Animo!