miércoles, 17 de diciembre de 2008

Umbralis

Umbralis se detuvo unos segundos en mitad del pasillo; rebuscó entre sus bolsillos laterales, en los delanteros, en los traseros y también en los interiores. Fue ahí donde encontró lo que buscaba: un papel bastante arrugado y de color antiguo, escrito con una tinta negra que ya había comenzado a perder su color.
Umbralis lo leyó y continuó su camino con resolución. Cuando llegó a su destino, encontró la puerta cerrada. Ya había comenzado la reunión. Abrió la puerta con sigilo y se ocultó en un hueco libre cerca de la entrada.
- Llegas tarde -le dijo el demonio vecino.
Umbralis lo observó con paciencia; después, con disimulo, hurgó de nuevo en sus bolsillos hasta que encontró un largo papel que parecía una detallada lista de nombres y características. No tuvo que avanzar mucho en su lectura; ya entre los primeros encontró a su compañero.
- He tenido problemas para encontrar el lugar -le explicó girándose hacia él amistosamente.
- ¿Otra vez? -se sorprendió su amigo-. No me explico cómo todavía puedes perderte después de tanto tiempo.
- Ya sabes... Mi memoria... -se disculpó brevemente.
Su compañero bajó la vista visiblemente azorado. Un silencio incómodo se interpuso entre los dos, hasta que un demonio algo canijo abrió la puerta de entrada y se colocó a su lado. Umbralis lo examinó rigurosamente, dudando durante unos momentos si lo encontraría entre los nombres de su lista. Pero no, estaba seguro; aquel demonio era nuevo en la asamblea. Sin embargo, su apariencia le evocaba tiempos perdidos; Umbralis percibió que, en algún momento o lugar, habían sido compañeros... Aunque no sabría decir a ciencia cierta de qué tipo.
Umbralis se removió ansioso en su silla, estaba deseando entablar conversación con aquel curioso personaje.
Al terminar la reunión, Umbralis le tendió su mano amigablemente, aunque sintió cierto recelo al recibir la mano del otro, y se presentó. El otro demonio no correspondió a su cortesía. Se limitó a exponer su ausencia en posteriores ocasiones.
- ¿En serio? -se limitó a contestar Umbralis algo distraído-. Es una lástima -por un momento, un recuerdo antiguo pareció resurgir desde el fondo de sus ojos-. ¿Estás seguro de que no te interesa? Las reuniones son más amenas de lo que aparentan; y, después, solemos mantener largas conversaciones sobre nuestros soberbios pasados. Aunque yo... -el recuerdo se marchitó y expiró bajo una niebla espesa-. Yo ya no recuerdo a qué me dedicaba.
Le supuso un gran trabajo pronunciar las últimas palabras. En realidad, a veces algún comentario especialmente irritante le evocaba mediante un escalofrío sus antiguas tareas, pero tan pronto como el escalofrío terminaba de recorrer su espalda, arrastraba esa sensación tras él. Algunos demonios veteranos pretendían saber quién fue, y aunque muchas veces había pretendido preguntarles, nunca recordaba su consulta cuando conversaba con ellos.
- Dime, ¿a qué te dedicas? ¿Cómo te llamas? -le preguntó recuperando el sentido de su conversación. Sin embargo, en lugar de la respuesta esperada, el demonio canijo se enfureció y de pronto pareció menos insignificante. Una chispa inquieta se removió en los ojos de Umbralis, que probó a realizar otro intento en busca de su identidad.
- Yo soy Egolis -le contestó con orgullo.
Por fin, Umbralis lo reconoció. Habían sido compañeros de trabajo, un equipo compenetrado y temido en cualquier lugar que visitaban; si bien sus ocupaciones, a simple vista, no parecían muy afines, quienes los habían sufrido reconocían a ambos como próximos. Sin embargo, no recordaba...
- Y bien, ¿a qué te dedicas? -quiso saber Umbralis. Por un momento, creyó que su voz había delatado su inquietud, pero Egolis no prestó mucha atención a su tono de voz; le bastó con comprobar su ignorancia. Comenzó a chillarle en medio de la sala, atónito por sus palabras. Umbralis trató de calmarle, todavía no había terminado de conversar con aquel soberbio demonio. Pero sólo logró estimular la furia de Egolis, que sacudió su mano apaciguadora con un golpe rudo.
Umbralis reconoció el escalofrío de su espalda. El manotazo de Egolis había sido más eficaz que una larga conversación, aunque todavía necesitaba otro pequeño zarandeo para avivar sus recuerdos latentes.
Sin embargo, un demonio amigo al que Umbralis no reconoció se interpuso entre los dos, atenuando sus pobres esperanzas. Egolis pronunció con orgullo su nombre y, tras clasificar al inmenso grupo de ignorante, salió por la puerta entre murmullos acobardados. “¡Qué insolente!”, decían algunos; otros, más precisos y acertados, afirmaban: “¡Qué engreído!”.
Al oír ese comentario, Umbralis comprendió. Muchos recuerdos volvieron a sus ojos, que se encendieron acercándose desde la distancia y pronto se convirtieron en llamas poderosas que expulsaron el oscuro vacío que antes colmaba sus cuencas.
“Egolis...”, saboreó; “sí, por supuesto...”. La inmensa alegría por recuperar sus memorias perdidas dio pronto paso a una furia ciega contra su antiguo compañero. Ni siquiera lo había reconocido.
Habían trabajado durante siglos. ¿O eran milenios? Eso no lo recordaba. Pero se acordaba bien de él, de sus eternas conversaciones sobre sí mismo, su vanidad y su falso compañerismo.
Umbralis sintió el peso de su propia impotencia al recordar cómo había llegado sin memoria, hacía 6 siglos, a la reunión de demonios. Entendió muchas sonrisas disimuladas que en aquellos momentos le habían parecido inexplicables. En realidad, Umbralis reconoció que tenía cierta gracia si lo considerabas un momento. Ironis hacía bien trabajo, nada se le podía reprochar.
No ocurría lo mismo con Egolis, sin embargo. Y ahora Umbralis recuperaría el tiempo perdido con aquel canijo arrogante.
Voló tras él como Sombra, evitando cualquier mirada curiosa. Lo alcanzó poco antes de que llegara a su despacho y, aunque hacía tiempo que no practicaba sus artes, le llevó poco tiempo envolverle en su manto invisible y extraviar sus escasas pertenencias. Lo persiguió hasta el que había sido el despacho de Egolis y se le escapó una sonrisa resignada al leer el nuevo rótulo de la entrada.
Escuchó complacido la incomprensión de Egolis sobre su nueva situación de demonio nómada y aún se alegró más cuando observó cómo llegaba hasta el despacho de Temptatius sin que éste lo percibiera. De pronto ambos desaparecieron; Umbralis los divisó con sus ojos llameantes y voló tras ellos. Llegó a tiempo para contemplar a Egolis introduciendo su cabeza entre las piernas de Temptatius y, sin poder contenerse, profirió una gran carcajada.
Cuando terminó, ambos se habían deslizado hasta un edificio cercano. Distinguió a los dos demonios en una esquina y percibió cómo Temptatius rescataba un Deseo de la cabeza de un ángel para depositarla entre sus pensamientos sencillos.
Umbralis dirigió una mirada de desprecio a los dos demonios. ¡Ingenuos!, pensó; cómo si eso fuera suficiente para derribar la integridad de un ángel. Sin embargo, consideró la situación unos instantes y, al fin, decidió ayudarles. Voló sobre el ángel, apartó a un lado el Deseo y dejó caer un pequeño manto invisible sobre los demás pensamientos.
Advirtió que los otros demonios ya habían marchado, pero resolvió no regresar al despacho de Temptatius. Egolis ya no era asunto suyo. Además, había recordado dónde se encontraba su propio despacho y debía volar pronto hacia él antes de perder otra vez la memoria de ese lugar.
Dentro le esperaba una mujer demonio. Sólo la había visto una vez en toda su existencia, pero era difícil no saber su nombre, aunque debía pronunciarse con prudencia si no se quería provocar su ira. Y su furia era la más difícil de de combatir.
- Has vuelto -le dijo con voz cantarina.
- Sí -confirmó Umbralis-. He vuelto.
- Te he esperado mucho tiempo -le recriminó la mujer. Umbralis permaneció en silencio, con los ojos ardiendo y los labios curvados en una ligera sonrisa-. Tienes mucho trabajo pendiente. Y supongo que sabrás que los ángeles se han declarado en huelga.
- Lo sé -respondió Umbralis-. Y descuida... No volveré a fracasar.
- Así lo espero -la demonio alzó los brazos y se envolvió con una inmensa y roja capa que se fundió en un humo con fragancia a rosas.
Umbralis se sentó en la butaca al frente de su escritorio. Recorrió su superficie con una mirada satisfecha y rozó con sus manos el tapete negro que lo cubría, después encendió la lámpara, que lució con insistencia y acarició los folios que reposaban a su lado. Tendría que adaptarse a los nuevos tiempos y utilizar esas máquinas que había visto en los despachos de Temptatius y de Ironis.
- Ordenadores -recordó complacido. De alguna forma, vinculó esa palabra con una idea que necesitaba escribir. Abrió los cajones, buscó en los armarios, vació estanterías. Por fin, encontró unos post-it en una papelera cercana a su despacho.
Volvió hasta su escritorio y se apresuró a escribir: “Demonio del Olvido”; después lo pegó en el interior del bolsillo superior izquierdo de su traje oscuro.
Ya está -declaró más tranquilo apoyando los pies sobre su escritorio-. Al menos de eso ya no me volveré a olvidar.

2 comentarios:

Mon goût LITTLE dijo...

Esta que no paras, te gustan los demonios ........ me gusta mucho el relato.

Nos vemos en 2009 en enero. Haber si escribes un cuento de navidad, biene bien para estas fechas, pero no el típico

Circe83 dijo...

weno, cuando termine con los demonios (que ya me falta poco) iwal escribo algo sobre la navidad :)
nos vemos en enero!