viernes, 12 de diciembre de 2008

El encargo

Una secretaria fornida elevó sus ojos hacia él por encima de sus gafas estrelladas, increpándole con la mirada.
- Buenas tardes –murmuró Temptatius a regañadientes; luego se dirigió a la gran puerta caoba del fondo de la sala.
- Perdone –dijo la secretaria con voz aguda-. Perdone –repitió plantándose frente a él-. El señor Ironis está muy ocupado ahora mismo, ¿tiene usted cita previa?
- Tengo un asunto urgente que hablar con él -respondió Temptatius esquivando la pregunta.
- Si no tiene usted cita previa no puede pasar -aseguró ella; y apretando un botón situado sobre su escritorio hizo desaparecer el pomo de la puerta caoba.
- Muy bien...-Temptatius respiró profundamente un par de veces-. Me gustaría pedir una cita con el señor Ironis -mostró una sonrisa de encías sangrientas y dientes afilados y carcomidos.
- Rellene ese formulario y espere a que le llamemos -y le mostró una alta pila de papeles acomodados en una esquina.

Temptatius cogió el formulario con sus gruesas manos: 66 folios mecanografiados donde se solicitaban diversos datos, incluida una pequeña redacción sobre el motivo de la cita. Diligentemente, comenzó a rellenarlos con su pluma marfileña de tinta carmesí.
A las 6 horas y 6 minutos, Temptatius se levantó y se dirigió hacia el escritorio de la secretaria, con una nueva sonrisa más pacífica que la anterior.
- Terminé la solicitud -le explicó-, pero creo que ya no necesito la cita. Mi enfado se ha disipado con tanto papeleo.
- ¡Qué lástima! - exclamó la secretaria abriendo los ojos de forma excesiva-. Precisamente ahora existe un hueco en el ajetreado horario del señor Ironis.
Temptatius vaciló unos segundos, reprimiendo su ira renovada.
- ¿Puedo pasar entonces? -confirmó mientras se dirigía a la puerta caoba, que todavía carecía de pomo; sin embargo, pronto comprobó que resultaba innecesario, pues la puerta se abrió a su paso.
Halló a Ironis cabeceando sobre su escritorio, que abarcaba la mayor parte de la sala; una gran maquinaria cubría las paredes y parecía trabajar al máximo rendimiento, aunque el destino de sus productos parecía más lejano de lo que la máquina aparentaba alcanzar.
- Buenas tardes -saludó Temptatius.
Ironis se movió ligeramente al otro lado de la mesa y gruñó algunos sonidos a modo de bienvenida.
- ¿Qué haces tú por aquí? ¿No tienes ningún encargo? -le increpó.
- Supongo que sí... Tú deberías saberlo -Ironis no realizó ninguna señal de comprensión-. Tú me mandaste el encargo -le acusó con un dedo desafiante.
- Es posible... No pretenderás que recuerde todos mis trabajos -le recordó las máquinas que cubrían su despacho con un gesto vago de su mano izquierda-. Aún así, deberías comprobar ese aviso; ¿sabes? Los mensajes son reales, aunque a menudo el momento o el lugar de recibo resulten... incómodos.
- ¿Quieres decir que tengo trabajo? ¿En serio? -preguntó Temptatius entre sorprendido y halagado.
- Lo que me sorprende es que la curiosidad todavía no te haya dominado -musitó Ironis-. ¿Por qué no vuelves a tu despacho y compruebas esa llamada? Como ves, yo tengo mucho trabajo que hacer aquí -explicó con un bostezo.
Temptatius se dio la vuelta. A punto de abandonar el despacho, oyó unos ruidos extraños y giró la cabeza a tiempo para observar a Ironis lanzando juramentos contra la máquina, que al parecer había decidido tomarse un descanso.

Temptatius volvió a su despacho. La luz de la bombilla todavía llameaba con fuerza, iluminando de granate la habitación. Encendió la pantalla que cubría la pared derecha y apuntó los datos. Después, con un parpadeo de sus ojos sangrientos, desapareció.
Su figura resurgió en medio de una nada azul claro, aunque comprobó que bajo sus pies se había formado una circunferencia de una materia sin tacto, blanca y de aspecto esponjoso. Probó a dar un paso hacia delante, pero sus pies permanecían enganchados en aquella especie de algodón; sin embargo, la circunferencia pareció entender sus deseos y le llevó hacia un edificio de grandes dimensiones formado por la misma materia. Cuando estuvo a una distancia adecuada, una puerta apareció de la nada frente a él y Temptatius entró en la habitación, que se iluminó con el primer paso.
En una esquina encontró al individuo que buscaba: un ángel bajito y de mirada viva, que se entretenía en una esquina jugando con sus bucles dorados.
Temptatius cerró los ojos y se concentró. Profundizó entre aquella superficie de pensamientos fáciles, pacíficos y un tanto pueriles y, por fin, después de una larga búsqueda, encontró lo que buscaba. Temptatius abrió los ojos y en su rostro se encendió una sonrisa aviesa; poco después, estallaba en una perversa carcajada.
Temptatius soltó al Deseo de sus resistentes amarras y lo llevó a la superficie de pensamientos pacíficos. En ese momento, la mano del ángel pareció dudar entre los rizos y dio un pequeño tirón. Después siguió mesándose el cabello durante algunos minutos, pero a cada instante parecía más nervioso.
Por fin, se dio la vuelta y salió de la sala atravesando la pared. Temptatius pestañeó para volver a su despacho. Comprobó que la bombilla ya no lucía y se sentó en la butaca, respirando los momentos de tranquilidad y descanso que aún le sobraban. Sabía que pronto volvería a tener más encargos.

Media hora más tarde, leyó el comunicado de la prensa: los ángeles, después de incalculables años sometidos a un trabajo que calificaban como inabarcable, se habían declarado en huelga.

No hay comentarios: