martes, 8 de abril de 2008

Cachazudo

El profesor Cachaza abrió lentamente la puerta y se dirigió hacia el final de la clase. Posó su maletín encima de la mesa y lo abrió. Comenzó a buscar sus libros y apuntes sin prisa, mientras a su alrededor el bullicio se iba sosegando poco a poco. Por fin, con una hoja en la mano, comenzó a escribir en la pizarra, deteniéndose cada pocos minutos para relamerse la tiza que impregnaba sus dedos.

De vez en cuando, al descubrir murmullo de risas a sus espaldas, se daba la vuelta, miraba a través de sus gafas hacia algún punto indefinido de la pared y se volvía de nuevo hacia sus fórmulas.

Terminó de escribir y dejó la hoja encima de la mesa. Con las manos en los bolsillos, caminó enre las filas de pupitres explicando la lección a media voz.

De pronto se detuvo y se agachó. Cuando se levantó tenía un papel entre las manos. Lo ojeó unos segundos y, tartamudeando un poco al principio, siguió explicando la lección de espaldas a sus alumnos, mientras escondía el cuello por debajo de la camisa.

Terminó la clase. Los niños salieron en tropel por la puerta.

- Mmmh... Vosotros dos, esperad un momento... - murmuró con timidez. - Eh... Esta tarde vais a hacer horas extraescolares.

- Es que no puedo.

Cachaza lo miró interrogante.

- ¿Por qué no?

- Porque tengo otras clases.

Cachaza se miró las manos, todavía con algunos restos de tiza, y por un momento pareció olvidarse de los dos niños. De pronto, su cara se tornó en un mal gesto, y se alzó desafiante desde su asiento, impelido por las palabras garabeatas en el trozo de papel.

- ¡Pues hoy no vas a ir!

Los niños lo observaron en silencio, dudando si debían hacer un último intento.

Pero descubrieron, asombrados, que el viejo Cachazudo ausente e indeciso había desaparecido. Ante ellos se alzaba un titán desafiante y de mirada inexorable.

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