martes, 15 de abril de 2008

Ocaso

- Inimitable. Es realmente admirable.

- Ya lo creo – le apoyó su compañero de mesa -. La naturaleza es fascinante, ¿verdad?

Transcurrido el tiempo que consideró prudencial, el doctor recomenzó su discurso donde lo había detenido. Su amigo lo miraba sonriente, con los ojos entrecerrados; su expresión bien podía ser fruto de la concentración o del sueño. Giró la cabeza de forma imperceptible, coontemplando a las dos mujeres que, sentadas en la misma mesa, discutían sobre “cuestiones femeninas”.

De pronto, al pie de la terraza se armó un revuelo. Inmediatamente, las dos señoras cesaron su parloteo, y escucharon interesadas las voces que llegaban a tavés del viento: “...un chico...”, “...llamad a un médico...”, “...no sabemos qué le pasa...”.

- Creo que necesitan un médico – anunció una de las mujeres.

El doctor la miró durante unos segundos, molesto ante la interrupción de su debate.

- Estoy de vacaciones – sus labios se curvaron en un esbozo de sonrisa. - No te preocupes... Será por médicos – concluyó; ante la mirada interrogante de los otros, respondió degustando el café vienés que aún humeaba sobre la mesa.

Cuando comenzó a hacer frío, el médico y su mujer volvieron a su casa. Un silencio expectante los recibió en la entrada, y poco a poco fueron acomodándose delante del fuego.

- Qué raro que Javier no haya vuelto todavía – dijo la mujer.

- Se habrá entretenido con los amigos. Ya lo conoces.

Trataron de conversar sobre temas diversos, pero sus palabras fueron apagándose poco a poco.


El teléfono les sobresaltó en mitad de la noche. El médico corrió a contestar. Su mujer, en la cama, cerró los ojos.

El marido volvió a los pocos minutos y se quedó de pie, en medio de la habitación.

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