miércoles, 16 de abril de 2008

SKULD

Observó el tejido de lana. Estaba formado por distintos hilos de distintos colores, unos blancos, otros grises, verdes, azules; unos pocos tenían varios colores. También tenían distinto grosor, algunos había momentos que ocupaban todo el manto, y el resto de hilos se enrollaban alrededor de ellos.

- Corta -le decía alguna de sus hermanas. Y Skuld, obediente, cogía unas tijeras y cortaba unos cuantas hebras; lo hacía con los ojos cerrados y sabía que, si algún día los abría, sería incapaz de cortar ninguno.

Skuld preguntaba sin cesar cuál era la utilidad de aquel telar, y sus hermanas le respondían sonriendo enigmáticas: “eres demasiado pequeña para entenderlo”.

Pero Skuld se impacientaba. Por muchos años que pasaran, ella siempre tenía el mismo tamaño, así que decidió comprobar por sí misma el poder de la manta. La cogió en un momento de despiste, la enrolló sobre sus hombros y salió al mundo exterior.

Se mezcló entre la gente, pero nadie la vio. Caminó entre los hombres hasta que, de pronto, el mundo se detuvo. Sorprendida, corrió entre unos y otros, buscando algún movimiento entre las figuras inertes y, sin que se diera cuenta, el manto que la cubría fue desenrollándose poco a poco, dejando una estela de lana detrás de ella.

Pero unos hilos se enredaron en una zarza, desgarrándose con el correr de Skuld y, delante de ella, cayeron al suelo dos hombres. Al intentar socorrerlos, se dio cuenta de que estaban muertos y volvió hacia sus hermanas, comprendiendo cuál había sido su papel durante tantos años.

- No volveré a cortar ningún hilo – les dijo-, seré una valquiria y curaré a los guerreros moribundos antes de que vosotras decidáis su destino.

1 comentario:

Sturm dijo...

sin duda homero era una mujer :)